martes, 23 de mayo de 2017

La última de la manada


Hoy me han asesinado.

Hoy escrito ésta, mi primera y única carta a nadie con mis garras de loba.

Soy. Era.

Era la última loba de mi manada. La última de mi especie. Un último recuerdo y un último adiós.

Era la última loba blanca del lugar donde nací. Y me voy tal y como viví mis últimos años.

Mis hijos están muertos o emigrados. Trasladados, tal vez, a lugares más seguros. Si semejante lugar puede existir para nosotros.

La cabeza de mi pareja, grotescamente inerte, forzando una falsa mueca de dolor y rabia, colgada en la pared de algún furtivo.

Mi única compañía la Luna y su reflejo en el lago. Con la que, por fin, voy a ser reunida. En contra de mi voluntad.

Soy la penúltima loba muerta. El ejemplo número mil. Un millón. Y ni siquiera me han permitido entender por qué.

Por qué me he ido quedando sola lentamente. Como el mar retirándose de la playa, marcando con espuma sus arenas hasta desvanecerse. Por qué se han disuelto mis días.

Soy la última, pero me temo que mañana no lo seré.

Hoy me han encontrado.

Hoy han encontrado mi pelaje blanco manchado de rojo y tierra. Negro y sangre en la nevada. Hoy han encontrado mi pecho hundido respirando con dificultad. Mis garras torcidas. Mi hocico partido y una punzada en el costado. Errando el corazón.

El brillo lunar de mis ojos atenuado.

Hoy me han encontrado sin dignidad. Medio muerta. Llorando.

El brillo de luz artificial refulgir sobre una jeringuilla ante mis ojos nublados.


Mi último rayo de Luna.

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