Se le conoce como
miembro fantasma, o dolor fantasma. Se trata de la percepción errónea del
cerebro, de la persona, de que una mano o pierna o miembro amputados sigue con
nosotros. Que, a pesar de haber desaparecido creemos, ilusos, que sigue
conectado a nosotros, funcionando con el resto de nuestro cuerpo e incluso se
pueden seguir sintiendo las señales nerviosas que ese miembro no puede estar
emitiendo.
El dolor fantasma
es, sin ir más lejos, el dolor de su pérdida. Un dolor residual, silencioso.
Como un daño oculto. Un dolor de algo que ya no está.
Existe otro
fenómeno igual de curioso y seguramente más triste.
Una sensación
como de pesadilla de una noche de verano, que sólo puedes desear por que se
acabe lo más pronto posible. Un dolor fantasma que vaga por dentro de personas
que, como yo, han perdido algo muy importante, tal vez lo más importante que
tuvieron y no se dieron cuenta hasta el mismo final. Cuando todo era demasiado
tarde, o demasiado repentino, o demasiado pronto. Cuando sólo quedaban amores
fantasma.
Un amor que sigue
doliendo, porque ¿cúando no nos duele un poco el amor?
Una sed en el
desierto. Pero sabes que el único oasis que vas a llegar a ver son meros
espejismos. Corazones fantasma, que ya no están.
Un amor que sigue
emitiendo pulsos, electricidad, desde el primer dedo del pie hasta el cerebro.
Que sigue emitiendo mensajes erróneos. E intentas aferrarte. Refugiarte en
ellos.
Intentas cerrar
los puños con rabia, y detener bajo ellos un tiempo que se escapa como hilos de
agua. Intentas aferrarte, salir a flote en un barco agujereado por
todas partes. Intentas gritar con toda la fuerza que le queden a tus pulmones
pero, como en el peor de los sueños, ni un solo sonido. Sólo un susurro sordo,
que acaricia amargamente un “ya es demasiado tarde” en tu oído.
Además del dolor,
de la rabia, la tristeza… Mi corazón me va a recordar siempre que una vez hubo
para él alguien que ya no está. Y, durante un tiempo, va a seguir buscando
palabras bonitas en los mismos recuerdos, en los mismos lugares donde una vez
se dijeron. Ahora mudos. Tal vez para siempre.
En algún momento
esas paredes volverán a escuchar palabras de amor, no me cabe duda. Pero nunca,
nunca, tendrán tu misma voz. Nunca tendrán tu misma sonrisa.