lunes, 14 de agosto de 2017

Amores fantasma





Existe un fenómeno curioso en los humanos. Uno entre tantos.

Se le conoce como miembro fantasma, o dolor fantasma. Se trata de la percepción errónea del cerebro, de la persona, de que una mano o pierna o miembro amputados sigue con nosotros. Que, a pesar de haber desaparecido creemos, ilusos, que sigue conectado a nosotros, funcionando con el resto de nuestro cuerpo e incluso se pueden seguir sintiendo las señales nerviosas que ese miembro no puede estar emitiendo.

El dolor fantasma es, sin ir más lejos, el dolor de su pérdida. Un dolor residual, silencioso. Como un daño oculto. Un dolor de algo que ya no está.

Existe otro fenómeno igual de curioso y seguramente más triste.

Una sensación como de pesadilla de una noche de verano, que sólo puedes desear por que se acabe lo más pronto posible. Un dolor fantasma que vaga por dentro de personas que, como yo, han perdido algo muy importante, tal vez lo más importante que tuvieron y no se dieron cuenta hasta el mismo final. Cuando todo era demasiado tarde, o demasiado repentino, o demasiado pronto. Cuando sólo quedaban amores fantasma.

Un amor que sigue doliendo, porque ¿cúando no nos duele un poco el amor?

Una sed en el desierto. Pero sabes que el único oasis que vas a llegar a ver son meros espejismos. Corazones fantasma, que ya no están.

Un amor que sigue emitiendo pulsos, electricidad, desde el primer dedo del pie hasta el cerebro. Que sigue emitiendo mensajes erróneos. E intentas aferrarte. Refugiarte en ellos.

Intentas cerrar los puños con rabia, y detener bajo ellos un tiempo que se escapa como hilos de agua. Intentas aferrarte, salir a flote en un barco agujereado por todas partes. Intentas gritar con toda la fuerza que le queden a tus pulmones pero, como en el peor de los sueños, ni un solo sonido. Sólo un susurro sordo, que acaricia amargamente un “ya es demasiado tarde” en tu oído.

Además del dolor, de la rabia, la tristeza… Mi corazón me va a recordar siempre que una vez hubo para él alguien que ya no está. Y, durante un tiempo, va a seguir buscando palabras bonitas en los mismos recuerdos, en los mismos lugares donde una vez se dijeron. Ahora mudos. Tal vez para siempre.


En algún momento esas paredes volverán a escuchar palabras de amor, no me cabe duda. Pero nunca, nunca, tendrán tu misma voz. Nunca tendrán tu misma sonrisa.