Mirando al cielo
parcialmente nublado y gris supe que aquella sería una buena primavera.
En ese momento,
aún, hacía frío. Y susurros entre los árboles. El vaho aún se escapaba de
nuestras palabras y nuestro aliento. De nuestra respiración. De nuestras vidas.
Para hacerse uno con la humedad que arrastró la lluvia momentos antes.
La lluvia que
levantaba aquel olor de las hojas caídas. Aquel olor a otoño. Aquel olor a aún
nos quedan estaciones y mucho que llover. Mucho que recorrer.
Por la vía del
tren.
Caminabas por
encima de los viejos raíles, comidos por el óxido. Carcomidos por la humedad y
engullidos por la maleza. Un pie delante del otro. Con los brazos extendidos
buscando el equilibrio perfecto. Con la bufanda de lana balanceándose con cada
traspié, tapando una húmeda sonrisa que se condensaba en el tejido hecho a
mano.
Pero, incluso ahí
debajo, sabía que estabas sonriendo. Se te nota siempre en las pequeñas arrugas
de los ojos; el caer de los párpados como si tuvieran sueño. Porque cuando
sonríes te sonríen hasta las pestañas. Porque cómo no voy a saber cuándo sonríe
lo más bonito del mundo. De mi mundo.
Mientras
avanzábamos las gotitas de niebla descendían sobre nosotros engullendo
lentamente el paisaje. Convirtiendo el marrón y ocre en gris. Viendo a través
de mis cristales empañados. Viviendo a corto plazo. Para saborear cada minuto.
Cada retazo de humedad.
Dejamos a nuestra
izquierda la vieja estación y sus señales abandonadas. Sus palabras de amor y
besos de despedida. Gritándose adiós, susurrando “te echaré de menos” Con la
promesa de que, algún día, juntos tomarían la misma vía. De estar juntos
siempre, de nuevo.
Como ahora
hacemos nosotros bajo el otoño. Esperando la llegada de un invierno que traiga
la primavera.
Me encantan las
estaciones y los paseos a tu lado. Me encanta el frío en los pies y las manos
entumecidas. Me encanta la lluvia en los días tristes mientras bailamos. Me
encanta perdernos entre la niebla. Como si no existiera nada más que lo poco
que ven nuestros ojos. Como si no existiera nada más que tú y yo. Viviendo a
corto plazo.
Caminamos
despacio entre las hojas muertas. Al ritmo de la niebla. Siguiendo los pasos de
un tren que no llega.