Me siento tan
tuyo que sólo puedo ser yo cuando estoy contigo. Así es la vida y el camino que
decidí tomar cuando, por sorpresa, te presentaste en mi vida una tarde de otoño
cualquiera. Como el que no quiere la cosa.
Tú. Tú eres tan
tuya que no podrías ser otra persona. Inconfundible. Imprescindible. Única.
Tuya. Mía.
Te siento tan mía
que, incluso con el pasar no tan lento del tiempo o las distancias no tan
cortas, puedo sentir tus dedos entre mi pelo con sólo cerrar los ojos. E
imaginarte. Cómo no imaginarte y sentirte a mi lado. Incluso con un mar de
distancia y varios cientos de millas de cielo que surcar de por medio.
Llegaste por
sorpresa y cambiaste hasta los pronombres en mi vida. Porque sólo tú podrías
convertir un solitario yo en nosotros. Sólo tú podrías dar orden y concierto a
este amasijo de notas desafinadas y sacar las canciones escondidas en las
paredes de una habitación oscura para que suenen a pleno pulmón.
Permíteme que
siga desafinando. Jugando a mezclar sílabas y palabras. Tú ponles el ritmo. Y, aunque no tengo ni idea de bailar, bailémosle a la vida juntos.
Tan mía.
Te siento tan mía
que, cuando te oye cantar, mi corazón canta contigo mejor de lo que jamás
podría hacerlo mi voz. Tan mía que, cuando te veo llorar, siento el nudo en la garganta. Tan mía que cuando sonríes revolotea un batir de alas en mi estómago. Nuestro efecto mariposa.
Y de repente la
música tiene muchos más matices, armonías y notas que nunca antes había
percibido, volviéndose más compleja. Pero también más fácil de entender de lo
que nunca antes la había entendido. Basta con mirarte a los ojos. Basta con pensar en nosotros.
Nos siento tan nosotros que pensar en el futuro es sinónimo de hacerlo contigo.
Nos siento tan
nosotros que, la vida sin ti, sólo sería “vi” y daría lo mismo.
créditos a la maravillosa autora de la imagen: https://www.deviantart.com/aenami