viernes, 16 de abril de 2021

Promesas rotas

 


Cuarenta y siete, treinta.

Los números flotaban entre el alcohol y los recuerdos fallidamente reprimidos en las cenagosas aguas de su memoria. Había llegado un punto en el que ya no sabía absolutamente nada sobre nada. Pero de algún modo sabía que aquel número guardaba respuestas ocultas, escondidas tras sus cifras, que no querían ver la luz del día.

Cincuenta y dos, diecisiete.

10 grados bajo cero marcaría el termómetro de la gasolinera, mientras la humedad cristalizaba sobre los botones de la cabina telefónica. Cada bocanada de aire hacía más dolorosa la siguiente, apretando unos pulmones que ya no tenían el aguante de antaño. 

Y aquel puto nudo en la garganta. El palpitar desenfrenado del corazón y un cerebro que estaba demasiado adormecido como para comprender las señales que le enviaba el resto del cuerpo. "Haz lo que quieras. Haz el pino y rómpete una muñeca, emborráchate hasta el olvido, rompe el jodido hielo a puñetazos y ahógate en el mar si hace falta. Pero no marques ese último número. Nada que puedas hacer va a doler tanto como marcar ese último número."

"No marques el veintritrés, no marques el veintitrés. Te lo suplico"

Veintitrés.

"Siempre fuiste bastante gilipollas"

Marcando.

Llamando. 

Llamando en la noche. La sensación más triste del mundo.

Y aunque todo a su alrededor se estuviera congelando las palmas de sus manos no paraban de sudar, mientras sus dedos temblaban y sólo querían soltar el teléfono y huir. Escapar de esas manos prisioneras hacia el horizonte infinito y las negras aguas del mar.

"Maldito psicópata. Al menos piensa bien tus palabras. No digas lo primero que te venga a la cabeza. Repito: no digas lo primero que se te ocurra"

- ¿Diga? - dulce como la miel y el olor a primeros días de primavera, una voz de mujer adormecida, seguramente recíen despertada por una llamada a las cuatro de la mañana desde una cabina telefónica a miles y miles de kilómetros de distancia.

- ¿Soy...soy un ser de luz? - si sus pensamientos tuvieran forma física se estarían llevando las manos a la cabeza en este preciso instante. Al otro lado de la línea, atravesando una distancia que bien podría ser infinita, un suspiro. - Por favor, necesito saber qué soy.

- Tú... -la voz cálida de repente se parecía más a una puñalada en el corazón con una esquirla de hielo que a una mañana de primavera. - Eres un agujero negro. Un pozo sin fondo que no deja escapar una gota de luz o felicidad. Simplemente destruyes todo cuanto tocas.

"Si en algún momento de tu genial idea tenías la esperanza de que esto acabara bien espero que te estés dando cuenta de por dónde van los tiros"

Era sólo una voz. Pero ningún arma podría herir más profundo.

- No entiendo. Eres sólo una voz. ¿Por qué duele hablar contigo?

De nuevo otro suspiro triste, perdiéndose en el ruido blanco de la llamada.

- Lo has vuelto a hacer, ¿verdad?. Ya no puedo ni estar sorprendida. ¿Voy a colgar de acuerdo? No quiero volver a formar parte de otra de tus espirales de autodestrucción.

- ¡No por favor, no te vayas! - ya había dicho aquellas palabras antes. Tal vez demasiadas veces. Ninguna palabra podía alcanzar el lugar al que deseaba llegar, un corazón a años luz de distancia. Mundos paralelos condenados a no cruzarse nunca jamás.

- Estás borracho... Me levanto en tres horas. Tengo otra vida. Tengo una vida. Va siendo hora de que saques los trozos rotos de la tuya del fondo de la botella y empieces una nueva. De verdad.

- No sé cómo empezar. No sé cómo se sigue ni se supera ésto. No sé cómo se vive sin ti.

- Mira...- un suspiro, de nuevo. Cada vez más triste - Ya no quiero ser la respuesta a tus preguntas. No puedo serlo. Merezco ser feliz. Todos lo merecemos... Incluso tú. Por favor... Sé que en la siguiente borrachera vas a olvidar todo esto y quizás sea lo mejor, pero por favor recuerda esto: tú también mereces pasar página. Cuídate, ¿vale?.

La voz se apagó al otro lado para dar lugar a la estática de una línea telefónica vacía y a la gélida brisa marina pinchando con agujas invisibles cada poro de su piel.

Alguien, a miles y miles de kilómetros de distancia, apretaba su cara contra la almohada en una habitación oscura, intentando ahogar un grito mientras las lágrimas se acumulaban en sus párpados. Se había prometido no volver a llorar por él. 

Otra de sus promesas rotas.