miércoles, 15 de marzo de 2017

Por si decidieras regresar



Puede que si estás leyendo esto a ti también te haya pasado. Puede que, ahora mismo, tú también estés echando la vista atrás. Puede que tu pasado te haya dado caza. Tantos años dándole esquinazo. Tantos años dejándolo todo para el final.

Puede que, tu pasado, tu presente, se refleje en una carta. Escrita deprisa, a las cuatro de la mañana. A mano. O bajo los rápidos compases de un teclado incesante. Bajo la melodía de unos versos tristes con regusto a amores de veranos pasados.

Cuando vuelvas no serás la misma. Cuando volvamos ya no seremos los mismos. Y ésta, que podría ser tu carta, te recordará precisamente eso. Que el río, aunque parezca constante, sus aguas nunca son las mismas.

Tal vez te hayas perdido en tus años. Tal vez te hayas saltado una parada, o hayas perdido el tren o la estación entera. Pero, por si decidieras volver…

Si decidieras volver ya sabes dónde guardábamos la llave.

Si decidieras volver encontrarás la casa vacía, silenciosa. Con los recuerdos pasados aún latiendo entre las paredes. Encontrarás el polvo subiendo por tu nariz y el olor a cerrado. Encontrarás la oscuridad y los fantasmas del pasado.

Si regresas a casa todo estará igual, pero todo estará cambiado.
Como aquel río, con sus aguas estancadas. Congeladas. En el tiempo. En el pasado.

Recordarás que aquella ya no es tu casa y que tu olor ya hace tiempo que se lo tragó la humedad. Pero la mancha de café con leche sigue allí, mal disimulada en la alfombra, debajo de la mesa. De aquel día que salías con prisas a trabajar.

Recordarás aquella cocina. Nunca tan recogida como ahora pero nunca tan sucia. Tragando polvo. Recordarás el ajetreo de las noches especiales y las visitas inesperadas, mal reflejadas en una vajilla gris y en los vasos vacíos. Recordarás el asado que se te quemó. La tortilla que se me pegó.

El baño, contando mal los segundos sobre el suelo de la ducha con un goteo desacompasado mientras el reloj del salón calla. Y otorga. Una historia de abandono.

Entrarás, como es lógico, a ver la que fue tu habitación. Los armarios vacíos y un espejo roto. Porque le duele volver a verte.

La estantería aún conserva parte de tus libros. Aquellos olvidados que dejaste atrás porque los detestabas. O porque te gustaron demasiado. Oliendo a polvo y a noches en vela. Atardeceres junto a la chimenea. Oliendo a café y a leña.

La guitarra, desdentada, a la que le faltan un par de cuerdas. Y muchas, muchísimas notas. Canciones que le recuerden que te olvida.

La cama. Las sábanas blancas; fantasma de muchas navidades pasadas. La almohada aún manchada de rímel. Y, debajo, una carta.


Por si decidieras regresar…

miércoles, 8 de marzo de 2017

Efecto Mariposa #1


A veces no puedo alejar estos pensamientos de mi cabeza.

Porque antes era más fácil. Antes estabas tú. Estábamos las dos, como yo estoy ahora.

Tumbadas sobre el capó desconchado del viejo coche, que ni ruedas tenía. Lleva años así y no recuerdo qué hicimos con ellas. Un viejo Mercedes verde, feo como él solo, abollado por todas partes y comido por la herrumbre.

Recuerdo el día que arrancamos los asientos de atrás y los llevamos hasta nuestro refugio de bloques de hormigón, para usarlos como sofá. Con el tiempo se convertiría en uno más de la familia, con sus cicatrices y todo. Como nosotras.
El día que reventamos la luna y los cristales de las ventanillas con un martillo, porque te habían expulsado del instituto y necesitabas desahogarte. El mosaico de cristales todavía se puede ver, si rebuscas un poco entre los hierbajos que han ido creciendo con el tiempo. 

También como crecimos nosotras. A contracorriente del mundo.

Como siempre.

Esta noche hay tantas estrellas que me cuesta ver la Luna. O tal vez es que ya voy demasiado colgada, a medida que el denso humo del canuto de maría se mezcla con la infinita oscuridad de la galaxia. Formando nubes ocres que desaparecen en esta mierda de humedad otoñal.

Ahora odio el puto otoño. Porque me recuerda a ti.

Qué mierda…. Odio la primavera, el verano, el invierno…

A veces no puedo alejar estos pensamientos de mi cabeza.
Antes estabas tú justo aquí, a mi lado. Sobre el capó desconchado. Fumando y contando estrellas, cogidas de la mano como si fuésemos las jodidas Thelma y Louise.

Ahora, no puedo evitar pensar que tal vez el único cielo que estés contemplando son tres metros de tierra batida y una colonia de gusanos sobre ti…
Llevas dos meses desaparecida según todos los noticieros y periódicos. Esa es la versión oficial. Para mí llevas dos meses, cuatro días, trece horas con dieciséis minutos y, ahora, veintidós segundos.

Y no puedo evitar odiarte, por robarle tiempo al tiempo de nuestras vidas. Ya sabes, el que prometimos que pasaríamos juntas. En este vertedero de chatarra y en todos lados. El cielo es el límite.  Joder, cómo nos gustaba soñar.

Aguanta un poco más, porque te voy a encontrar.

Voy a volver a soñar. Aunque sea con tus huesos.