Puede que si
estás leyendo esto a ti también te haya pasado. Puede que, ahora mismo, tú
también estés echando la vista atrás. Puede que tu pasado te haya dado caza.
Tantos años dándole esquinazo. Tantos años dejándolo todo para el final.
Puede que, tu pasado,
tu presente, se refleje en una carta. Escrita deprisa, a las cuatro de la
mañana. A mano. O bajo los rápidos compases de un teclado incesante. Bajo la
melodía de unos versos tristes con regusto a amores de veranos pasados.
Cuando vuelvas no
serás la misma. Cuando volvamos ya no seremos los mismos. Y ésta, que podría
ser tu carta, te recordará precisamente eso. Que el río, aunque parezca
constante, sus aguas nunca son las mismas.
Tal vez te hayas
perdido en tus años. Tal vez te hayas saltado una parada, o hayas perdido el
tren o la estación entera. Pero, por si decidieras volver…
Si decidieras
volver ya sabes dónde guardábamos la llave.
Si decidieras
volver encontrarás la casa vacía, silenciosa. Con los recuerdos pasados aún
latiendo entre las paredes. Encontrarás el polvo subiendo por tu nariz y el
olor a cerrado. Encontrarás la oscuridad y los fantasmas del pasado.
Si regresas a
casa todo estará igual, pero todo estará cambiado.
Como aquel río,
con sus aguas estancadas. Congeladas. En el tiempo. En el pasado.
Recordarás que
aquella ya no es tu casa y que tu olor ya hace tiempo que se lo tragó la
humedad. Pero la mancha de café con leche sigue allí, mal disimulada en la
alfombra, debajo de la mesa. De aquel día que salías con prisas a trabajar.
Recordarás
aquella cocina. Nunca tan recogida como ahora pero nunca tan sucia. Tragando
polvo. Recordarás el ajetreo de las noches especiales y las visitas
inesperadas, mal reflejadas en una vajilla gris y en los vasos vacíos.
Recordarás el asado que se te quemó. La tortilla que se me pegó.
El baño, contando
mal los segundos sobre el suelo de la ducha con un goteo desacompasado mientras
el reloj del salón calla. Y otorga. Una historia de abandono.
Entrarás, como es
lógico, a ver la que fue tu habitación. Los armarios vacíos y un espejo roto.
Porque le duele volver a verte.
La estantería aún
conserva parte de tus libros. Aquellos olvidados que dejaste atrás porque los
detestabas. O porque te gustaron demasiado. Oliendo a polvo y a noches en vela.
Atardeceres junto a la chimenea. Oliendo a café y a leña.
La guitarra,
desdentada, a la que le faltan un par de cuerdas. Y muchas, muchísimas notas.
Canciones que le recuerden que te olvida.
La cama. Las
sábanas blancas; fantasma de muchas navidades pasadas. La almohada aún manchada
de rímel. Y, debajo, una carta.
Por si decidieras
regresar…