martes, 19 de diciembre de 2017

No te echo de menos





No te echo de menos.

Nada.

Ni siquiera un poco.

Ha pasado tanto tiempo que casi no recuerdo a qué huelen las noches de verano junto a ti. Pero no lo echo de menos. No echo de menos tu manera de mirarme. Con esos ojos grandes, marrones, que parecían estar siempre preguntando, sin hallar respuesta.

Como una hoja perdida en el otoño, sin saber qué vino antes. Si la calma o la tormenta. O si siempre vivimos enredados en el vendaval. Mezclándonos con el verano. Disipándonos en invierno.

No echo de menos no vivir primaveras a tu lado. Porque nosotros florecíamos más adelante en el calendario. O, perdón, nunca lo hicimos. 

No echo de menos un amor no tan adolescente, no tan perfecto. No tan inconcluso. No tan como mis historias. Concluyendo como los buenos sueños: olvidándonos de ellos. Esos sueños que deseas recordar con todas tus fuerzas para que te acompañen el resto del día (o de la vida), pero que, de tanto agarrarlos, se acaban soltando. Deshaciéndose. Como vaho en la niebla.

No echo de menos que el término noche de verano lleve tus iniciales y me recuerde irremediablemente a ti.

No echo de menos la forma en la que te echaba de menos. O la forma en la que no lo hacía en absoluto.

No echo de menos días que parezcan semanas de tanto esperar a que regreses, sudadera en mano. Cómo no, oliendo a ti.

De no echarte de menos se me olvidó contar los años. Y míranos. Somos otros. Completamente distintos con cada estación.

O tal vez no. Ya me he olvidado.

De recordarnos. De echarnos de menos.

O tal vez no.