Recuerdo que por aquellas todavía pasaba los días y las
noches buscando y reuniendo canciones, de este rollo indie que se me ha pegado
tanto estos últimos años, que me recordasen a ti. Para que pasara lo que pasara
te sintiera un poco más cerca.
Al alcance de un estribillo o a la distancia de una sílaba.
Siempre, por supuesto, respetando los tempos. Bajo un compás lento. Como no
podía ser de otra manera.
Como caían los copos de nieve en esas noches de invierno. Al
ritmo de una respiración suave.
Siempre al unísono del corazón.
Sé que lo mío es y será escribir. Pero me hubiera encantado
saber cantar. Tal vez así podría haberte contado mejor lo que eras para mí,
cuando las palabras por sí solas, aunque bonitas, quedaban un tanto desnudas.
Tal vez al compás de unos acordes de guitarra. O cantado a
capella. Deslizado entre el lamento suave de un violín. O gritado a pleno
pulmón.
Ahora, bueno. Ahora todo suena igual.
¿Qué curioso, verdad? Siempre me intentabas hacer enfadar, juguetonamente,
diciendo que toda mi música sonaba igual.
Ahora sin duda lo hace. Ahora o he perdido el oído o se han
desvanecido los matices.
O he perdido el corazón. O la razón.
Pero es verdad, ya nada suena como antes.
Sonidos sordos, como cantos de sirena desde las
profundidades del océano. Yo como Ulises.
Ahora me cuesta seguir el ritmo, porque mi corazón ya no late
igual. Ha decidido cambiar de sintonía a versos aún desconocidos. Como siempre
esperando a que suene la siguiente canción.
Aunque de diferente concierto.
Show must go on.