viernes, 27 de julio de 2018

Efecto Mariposa




Una de Thelma y Louise

A veces no puedo alejar estos pensamientos de mi cabeza.

Porque antes era más fácil. Antes estabas tú. Estábamos las dos, como yo estoy ahora.

Tumbadas sobre el capó desconchado del viejo coche, que ni ruedas tenía. Lleva años así y no recuerdo qué hicimos con ellas. Un viejo Mercedes verde, feo como él solo, abollado por todas partes y comido por la herrumbre.

Recuerdo el día que arrancamos los asientos de atrás y los llevamos hasta nuestro refugio de bloques de hormigón, para usarlos como sofá. Con el tiempo se convertiría en uno más de la familia, con sus cicatrices y todo. Como nosotras.

El día que reventamos la luna y los cristales de las ventanillas con un martillo, porque te habían expulsado del instituto y necesitabas desahogarte. El mosaico de cristales todavía se puede ver, si rebuscas un poco entre los hierbajos que han ido creciendo con el tiempo. También como crecimos nosotras. A contracorriente del mundo. Como siempre.

Esta noche hay tantas estrellas que me cuesta ver la Luna. O tal vez es que ya voy demasiado colgada, a medida que el denso humo del canuto de maría se mezcla con la infinita oscuridad de la galaxia. Formando nubes ocres que desaparecen en esta mierda de humedad otoñal.

Ahora odio el puto otoño. Porque me recuerda a ti.

Qué mierda…. Odio la primavera, el verano, el invierno…

A veces no puedo alejar estos pensamientos de mi cabeza.

Antes estabas tú justo aquí, a mi lado. Sobre el capó desconchado. Fumando y contando estrellas, cogidas de la mano como si fuésemos las jodidas Thelma y Louise.

Ahora, no puedo evitar pensar que tal vez el único cielo que estés contemplando son tres metros de tierra batida y una colonia de gusanos sobre ti…

Llevas dos meses desaparecida según todos los noticieros y periódicos. Esa es la versión oficial. Para mí llevas dos meses, cuatro días, trece horas con dieciséis minutos y, ahora, veintidós segundos.

Y no puedo evitar odiarte, por robarle tiempo al tiempo de nuestras vidas. Ya sabes, el que prometimos que pasaríamos juntas. En este vertedero de chatarra y en todos lados. El cielo es el límite.  Joder, cómo nos gustaba soñar.

Aguanta un poco más, porque te voy a encontrar. 

Voy a volver a soñar. Aunque sea con tus huesos.



Mentira de mierda

Como le dije a aquel policía.

“No. Pero mataría por volver a verla”

No. Pero te mataría a besos. A abrazos. A bocados. Hasta no saber si la sangre que mancha mis manos es tuya, mía. O del cabrón que te haya tocado.

De todos los cerdos, pirados, retrasados o simplemente gilipollas que hay en este planeta, es a mí a quien sentaron en un interrogatorio. Donde no tuvieron ni la cortesía de jugar al poli bueno, poli malo. A mí me tocaron dos mamonazos.

Apretarle las tuercas a una chica de veinte tiene que ser algo apasionante, a juzgar por sus miradas torcidas, sus dientes apretados y el puño cerrado. Como si en verdad yo hubiera matado a alguien. 

“No. Pero me cargaría a los dos si así pudiera encontrarla”

Qué has hecho con ella… Conocemos tus antecedentes… Blah, blah, blah.

Esos antecedentes que tú y yo compartíamos, como si fuera nuestro diario personal. Nuestro testamento. Nuestra historia. Pero sin ti, ya no tiene sentido acumular cargos. Sin ti ya no hay pena compartida. Ni nada que merezca la pena acumular.

Las semanas siguientes a tu desaparición cambié la marihuana por el olor a tinta recién impresa. Sustituí las etiquetas del tío de la cerveza por imágenes de tu rostro. Y los desordenados montones de camisetas de nuestros grupos favoritos, por montañas de carteles de “Se busca”

Teñí los ríos de la ciudad de tu tinta, y cubrí en papel kilómetros de pared.

Todavía me duele la cabeza por culpa de la tinta. Las manos, de cansarse empapelando. Los pies, de correr por el asfalto. Los ojos de llorarte tanto.

Y el corazón…

Él simplemente te echa de menos, porque no está acostumbrado a tu ausencia. Pero quiero este dolor. Quiero la puta punzada en el pecho. Porque sé que hasta que no te encuentre no se va a quedar tranquilo. Sé que así, no podré olvidarte.

Y duele cada día y duele cada noche. Y me duele al dormir. Pero, si no estás, las horas nocturnas son de todo, menos de sueño.

Y mi habitación… La mini cadena… Sí que te echan de menos. Echan de menos tu mierda indie. Tus canciones tristes. Echan de menos verte bailar y dar saltos sobre la cama.

Tienes que volver. Porque todo el mundo que construimos a nuestro alrededor te echa de menos. Y se desmorona. Como un jodido castillo de arena.

Y es que, sin ti, la vida es una mentira de mierda.


Cielos rotos

Hoy sigo, una vez más, un paso más cerca de morir de tanto echarte de menos. Y miles de pasos más lejos de encontrarte.

Poco a poco tus huellas se van desdibujando de la acera en tu calle. Y tu olor de mi cama. De mi boca, la sonrisa. De mi corazón, la esperanza. Escribo esto porque, aunque temo que cada vez te tengo más lejos, cada relato es un paso más cerca. Pero aún no sé de qué.

No sé cuánto tiempo ha pasado ya, pero tus carteles, con los que cubrí cada palmo de esta mierda de ciudad, están sepultados por otras gilipolleces. Comidos por la lluvia. U olvidados por el tiempo. Pero puede que esta ciudad te olvide. Puede que hasta el puto mundo se empeñe en que tú ya no existes. En que nunca has existido. Pero yo no olvido. No olvido una promesa. No olvido la promesa de no olvidarnos. Aunque nos lleve el olvido.

Ahora esa promesa parece que era una premonición de lo que estaba por ocurrir. Que ni en mis peores pesadillas. Pero no sé si tú ya sospechabas algo.

Me niego a creer que esto estaba escrito. Pero lo está, a medida que agoto la tinta y el papel.

A medida que agoto las lágrimas. Porque ya no tienen recipiente. Tú, que siempre las recogías de mis mejillas antes de que se estrellaran en el suelo, como un sueño de cristal.

Tengo que confesarte algo. El otro día, reventé tu guitarra contra el suelo. La reventé porque estaba cansada de su silencio.

Que es el tuyo.

Nunca supe tocar sus cuerdas como tocaba las tuyas. Nunca supe afinarla como sólo tu voz podía afinar la mía. Nunca supe y nunca aprendí. Porque tú eras toda la música. Eras poesía, estrofa, verso o concierto. Caricia, abrazo, beso y universo.

Instrumento de cuerda, de viento. Percusión. Coro angelical. Mi concierto.

Eras las alas de la mariposa. Me besabas, y producías huracanes en la otra punta de mi cuerpo.

Ahora tu efecto se va disipando. Como tu olor perdiéndose en la niebla de algún mes lluvioso y gris. Y mi cuerpo sufre una calma extraña. Que ojalá fuera previa a una nueva tormenta. Pero esta calma amenaza con quedarse. Y mi cielo, con no volver a romperse.

Somos las de cielo roto. Viviendo a base de parches. Poniendo uno con cada beso.

Vuelve, porque mi puto cielo no se puede romper solo.



Después de la tormenta

¿Qué son dos años?

Digo mientras tu ausencia se me clava en el fondo del corazón.

Algún gilipollas dirá que dos años son setecientos treinta días. Y no le faltará razón.

Dos años son setecientos y pico días. Dos años son miles, millones de respiraciones y latidos. Dos años son casi infinitas gotas de lluvia y decenas de bailes bajo el agua.

Los días grises, nuestra pista de baile favorita.

Un verano.

Dos meses y medio bastaron para darme cuenta de que… de que estaba pillada por ti hasta las entrañas. Hasta el corazón. Ese mismo órgano que, antes de conocerte, sabía que existía porque latía y poco más. Que pensé que estaba de adorno, como un apéndice o el cerebro de algunas personas.

Pero claro, tuviste que llegar tú y romperme los esquemas. Darles la vuelta. Como hiciste con mi mundo. Con la sencillez con la que apartabas uno de tus mechones rubios detrás de la oreja, o con la que fruncías ligeramente los labios justo en el momento antes de estallar en carcajadas. La calma antes de la tormenta, te dije de coña aquella vez. Y joder… cómo me gustaba oírte tronar…

Un año.

Un puto año fue lo que tardé en darme cuenta de que lo que sentía no estaba mal. Que eras e ibas a ser lo más bonito que me iba a pasar jamás. Que querer a otra chica no me convertía en un monstruo, porque cómo va a estar mal amar. Y que le den quien nos obligue a pensar lo contrario.

Nunca te lo dije abiertamente, pero tú, siempre la listilla, ya habías adivinado mis sentimientos como el que lee un libro abierto. Tampoco es que hiciese nada por ocultarlo. Siempre fue así de sencillo contigo. Esa capacidad de comunicarnos con la mirada, nuestro rincón privado donde sólo existíamos las dos, dejando a un lado al resto del mundo.

Dos años.

Cariño, dos son los años que llevabas desaparecida. Y yo te recuerdo como el primer día. Pelazo rubio, ojos grises de tormenta, vestido blanco y unas botas de vaquero espantosas. Porque te la sudaban las opiniones y las modas. Alta, delgada. Preciosa. Un tatuaje de mariposa en la muñeca izquierda. 

Un tiempo después te hiciste tú misma otra más pequeña justo a su lado, con la excusa de que la pobre había estado demasiado tiempo sola y ya era hora de que encontrase a alguien que nunca la abandonara. Decías justo esas palabras, mientras me sonreías. Tranquila, capté la indirecta.

Y me engañaste pero bien porque yo también pensaba que te tendría a mi lado el resto de nuestros días. Pero claro, cómo íbamos a saber que tus días iban a ser más contados que los míos.

Dos años han tardado en encontrarte en el fondo de un pozo, abandonada en un campo a kilómetros de tu casa. A kilómetros de mí.

Y no paro de pensar que tal vez… joder… si te hubiese abrazado más tal vez no hubieses acabado allí. Si te hubiera besado más fuerte y querido más alto. Si te hubiera buscado sin ni una puta hora de descanso. Si la noche que desapareciste te hubiera acompañado…

Porque así es el mundo de mierda en el que vivimos. Y ya no sé si quiero vivir en él o seguir para cambiarlo. Como hacíamos nosotras con cada beso. Con cada susurro en la oreja y con cada abrazo.

Solo que esta vez ya sé que no estarás a mi lado.

Solo que esta vez, tu efecto mariposa, se ha terminado.

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