jueves, 2 de febrero de 2017

Tan cerca


Estábamos tan cerca que casi podíamos leernos los miedos en los ojos del otro. Tan cerca que nuestras respiraciones se condensaban en una sola en los poros del otro. Y los corazones se iban sincronizando en ritmo y fuerza. En calor. En amor.

Tan cerca. Tan cerca. En medio de una noche sin estrellas y una Luna tímida. Una noche nunca tan bella como aquella. Una noche en la que nunca antes había visto semejante estrella. Que iluminara tanto todo a mi alrededor estando a oscuras.

Tan cerca que nos separaba sólo el susurro de tus labios y el siseo tranquilo de los sauces. El corazón en latido, y tu boca al sonreír.

Tan cerca que no había distancia o barrera de seguridad que separase al sueño de la realidad. La realidad del sueño.

De una noche de invierno. Como salidos de Shakespeare.

Aquella noche tus miedos me contaron que nunca se habían enamorado. Los míos gritaban que habían sufrido, engañados. Conscientes de que aquello, por fin, era real. Era de verdad.

Los tuyos rogaban no haberse equivocado. Los míos, seguros, de haber acertado.
Nuestros miedos huyeron cogidos de la mano. Olvidando y dejándose atrás la distancia, el tiempo y el espacio. Quedando sólo nosotros en aquel banco bajo la cúpula de sauces y el frío nocturno. Cerca.

Tan cerca. Tan, tan cerca que podía contarte las pestañas y los deseos que en ellas descansaban.

A una pestaña por deseo. Deseos arrastrados por el viento, para que pudieran volar rápido y poder cumplirse incluso estando separados.

Tantos, tantos deseos y tan sólo uno en mente.

Seguir tan, pero tan cerca, siempre.

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